Cambio climático y vulnerabilidad social. El caso de Panamá y la pandemia
Tomado de EFE Verde/ Por: Adriana Calderón
La ocurrencia de desastres relacionados con el clima en América Latina se ha multiplicado por 2,4 desde 1970. En estos últimos cincuenta años, Panamá ha experimentado un incremento en una serie de eventos climáticos extremos que incluyen lluvias intensas y prolongadas, tormentas de viento, inundaciones, sequías, incendios forestales, deslizamientos de tierra, ciclones tropicales, e impactos de la Oscilación Sur de El Niño y La Niña.
Entre 1982 y 2008, Panamá se vio afectada por 32 desastres naturales, con daños económicos totales por un total estimado de 86 millones de dólares. Además, la pérdida de vidas humanas durante estos eventos ascendió a 249 personas.
Con apenas 75,517 kilómetros cuadrados de superficie, una línea costera de casi 2,500 kilómetros y 1,518 islas, islotes y cayos, el país se ha consolidado como un territorio altamente vulnerable a los efectos conocidos del cambio climático, como las variaciones en los patrones de precipitación, aumentos de temperatura, ascenso del nivel del mar, y otros impactos asociados como la salinización de acuíferos y pérdida de biodiversidad.
Panamá ocupa el puesto 14 entre los países más expuestos a múltiples peligros según la superficie terrestre. El país tiene el 15 % de su área total expuesta y el 12.5 % de su población total es vulnerable a dos o más peligros asociados al clima. Además, Panamá ocupa el puesto 35 entre los países con el porcentaje más alto de población total considerada en riesgo de mortalidad relativamente alto por múltiples amenazas.
Las condiciones socioeconómicas del país agravan la situación de vulnerabilidad posicionando a las poblaciones en condición de pobreza y pobreza extrema en una doble desigualdad. La CEPAL (2020) posicionó a Panamá en el puesto número 8 de América Latina en condiciones de pobreza extrema y afirma que, si las acciones de adaptación no alcanzan las comunidades con menores recursos, su condición de pobreza aumentará, debido a pérdidas de infraestructura e interrupción de las actividades de subsistencia como lo son el turismo de bajo impacto, la pesca y la agricultura.
Los efectos de la actual pandemia han incidido negativamente y con fuerza en ese sector de la población que además coincide con estar distribuida en áreas marginales, entornos rurales o comunidades autóctonas y de difícil acceso, por la geografía del país.
En esas áreas se registran, además, las mayores incidencias de las variaciones en los patrones de precipitación, que se presentan como eventos de lluvias extremas y tienen como consecuencia inundaciones. Por otra parte, se ha observado que los valores de precipitación ocurren en un menor periodo de tiempo, es decir, lluvias más intensas que duran menos, lo que resulta en la saturación del suelo, provocando desastres como deslizamientos de tierra, que sumado a los cambios de uso de suelo y la deforestación, agravan la situación de las poblaciones precarias.
El aumento en la intensidad de las lluvias tiene potenciales impactos en la salud pública. Estudios científicos muestran una asociación entre el cambio climático y el riesgo de enfermedades, por la incidencia de las variaciones meteorológicas con una mayor abundancia de vectores patógenos.
El IPCC, en su Quinto Informe de Evaluación, declaró que las tormentas tropicales tienden a intensificarse y que Panamá pasará a ser un país altamente en riesgo ante eventos ciclónicos.
En el año 2020, más de 320 familias perdieron sus hogares en las provincias de Chiriquí, Bocas del Toro y Veraguas, debido a los efectos indirectos del Huracán ETA.
Otros de los impactos relacionados a las variaciones en la precipitación son la intensificación de las sequías que se traducen en la extensión de la temporada seca, provocando pérdidas en el sector agrícola y vulnerando el servicio de acceso a agua potable y la salud humana, otro efecto directo en el grupo de población más afectado por la pandemia y la crisis económica que ha provocado.
La intensificación de sequías, así como los eventos extremos de precipitación, se ven aún más por la inestabilidad de los fenómenos El Niño y La Niña, observándose que los eventos de enfriamiento de las masas oceánicas conocidos como La Niña, han disminuido, mientras que El Niño ha aumentado, resultando en una reducción de las precipitaciones durante esta fase climática.
Como referencia inmediata, solo durante el periodo 2015 -2016, el fenómeno de El Niño provocó pérdidas agrícolas en Panamá que superaron los 70 millones de dólares, afectando la producción de alimentos y la cría de animales.
Por otro lado, El Instituto de Hidráulica Ambiental de la Universidad de Cantabria, en su reciente estudio “Efectos del cambio climático en las costas de América Latina y el Caribe”, resalta los efectos de la elevación del nivel del mar en las costas del Atlántico y el Pacífico para la región, y Panamá aparece entre los países altamente vulnerables ante la intensificación de los oleajes, debido a tormentas extremas, con riesgo para las poblaciones costeras mayoritariamente rurales y dependientes de las actividades económicas costeras.
También se prevé una intensificación en las tormentas tropicales del Atlántico Norte que, sumado con un posible aumento de un metro del nivel del mar, ocasionarían una fuerte erosión costera y daños a las infraestructuras costeras y marinas. La tasa de erosión se proyecta en aumento especialmente para la zona indígena del Archipiélago de Kuna Yala y las provincias de Bocas del Toro y Colón.
No solo los asentamientos humanos están en riesgo por eventos de origen hidrometereológico y el aumento del nivel mar, sino también la biodiversidad.
Según el PNUMA (2010), Panamá es uno de los países de América Latina con un mayor número de especies de plantas amenazadas, debido a la pérdida de hábitat y a los cambios de uso de suelo. Así mismo, los eventos de blanqueamiento de corales han incrementado dramáticamente desde la década de los 80, principalmente debido al aumento de temperaturas de la superficie del mar, una reducción de la cobertura nubosa, aumento en la temperatura del aire y aumento en la presión atmosférica, dando como resultado la pérdida de la mayoría de los corales de la Bahía Almirante, en Bocas del Toro, en el Caribe panameño. También, la salinización de los océanos traerá consigo la pérdida de ecosistemas de bosque de mangle (la bahía de Panamá es un importante sitio Ramsar), dejando al descubierto zonas costeras, aumentando el riesgo y vulnerabilidad por erosión.
En este poco afortunado contexto, las acciones de mitigación y adaptación son fundamentales para resistir los impactos y adaptar las comunidades ante un clima cambiante.
El cambio climático es una realidad y los esfuerzos de Panamá, junto con los del resto del mundo comprometido con un futuro viable, están en alcanzar acuerdos que pongan fin a esta crisis climática y reviertan sus consecuencias antropogénicas.
Con la actual pandemia, hemos aprendido un nuevo significado del término “globalización”. En un mundo tan interdependiente, debemos pensar en la salud global y en soluciones globales para los problemas globales. Panamá, uno de los tres únicos países carbono negativos del mundo, junto con Bután y Surinam, ha comprometido la conservación de una importante extensión de su territorio y sus recursos a mantener ese balance que compensa la emisión de gases de efecto invernadero. Además, está sentando las bases para aumentar hasta un 70% la energía renovable para 2050 y reforestar cerca de 50,000 hectáreas en todo el país para el mismo año, aumentando su capacidad de sumidero en unas 2.6 millones de toneladas.
El país ha aumentado sus Contribuciones Nacionales Determinadas (NDC) con 29 compromisos en diez áreas de mitigación y adaptación y ha diseñado un índice de vulnerabilidad o riesgo climático para tomar decisiones según se mide la data científica.
El Canal de Panamá, la importante ruta interoceánica, también ha hecho su parte y desarrolla una estrategia verde para conservar los recursos hídricos e incentivar entre sus usuarios prácticas de eficiencia ecológica, como la transición hacia combustibles más limpios, además de medir las emisiones de CO2 que ahorró al trayecto del comercio mundial: 13 millones de toneladas en 2020.
Por ser pequeño, no hay que dejar de ser ambiciosos. Nos mediremos en Glasgow.