Darién, la selva más temida del continente americano
Tomado de La Vanguardia
América se estrecha hasta el máximo en Panamá. Este país es el puente natural que conecta las porciones meridional y septentrional del Nuevo Mundo. Los viajeros que recorren la carretera Panamericana pasan, semanas y meses, rompiéndose la cabeza sobre cómo librarán la pequeña porción de jungla que hace de frontera entre ese país y Colombia. Se le conoce como el Tapón del Darién, y es algo más que un simple nombre intimidante.
La carretera se desdibuja al llegar a esa selva. El asfalto desaparece y solo queda un camino de tierra a menudo invadido por el agua de lluvia, la crecida de las lagunas, y la vegetación indomable. En el lado colombiano quienes transitan desde el sur se encuentran como preludio las Ciénagas de Tumaradó. El sustantivo remite a un territorio tenebroso. Está formado por una planicie inundable que conecta cuatro lagunas de 2.500 hectáreas que se interconectan con el río Atrato por un canal natural.
Por el lado del Caribe, la sierra del Darién comienza su recorrido en el cabo Tiburón, otro topónimo que da qué pensar. Allí se alza abruptamente desde el mar un pequeño sistema de montañas que, sin embargo, enseguida alcanza una altitud nada despreciable, 1.825 metros sobre el nivel del mar. A medida que recorre su camino hacia el océano Pacífico, el monte va perdiendo cota para convertirse en la maraña selvática del parque nacional de Darién, el mayor especio protegido de Panamá. Tiene una extensión de 560.000 hectáreas (el más grande de España, Sierra Nevada, es siete veces más pequeño).
Lo habitan algunos de los animales más bellos, raros y enigmáticos de las selvas americanas: el tapir, el guacamayo, el águila arpía, el jaguar, el manatí o el capibara. Y entre los más temidos por los seres humanos, enjambres de mosquitos, serpientes, ranas venenosas y caimanes. La altísima pluviosidad –una de las mayores del mundo, con 10.000 mm anuales– mantiene una vida silvestre exuberante. El 25% de las especies faunísticas que se encuentran en las selvas de Darién, no se hallan en ningún otro lugar del planeta. En el lado colombiano el área protegida es el parque nacional Los Katíos, con 73.000 hectáreas, lo que permite un corredor protegido transnacional.
Desde que los conquistadores españoles transitaron por todo el continente, el Darién ha sido legendario por su peligrosidad. En el siglo XX, a los obstáculos naturales se le sumaron los derivados de las actividades humanas. Piratas, contrabandistas, traficantes de droga, guerrilleros y forajidos de toda condición se refugiaron en la impenetrable selva, poniendo en peligro a todo aquel que quisiera adentrarse en ella para seguir su periplo panamericano o, sencillamente, ganarse la vida transportando mercancías entre Colombia y Panamá o viceversa.
El llamado Tapón podría dejar de ser tal si se lleva a cabo el proyecto de afianzar la carretera Panamericana del que, últimamente, se habla con insistencia. Se asfaltarían 34 kilómetros clave del paso fronterizo, lo que causaría una merma en el transporte aéreo que ahora se utiliza entre las ciudades de Medellín (Colombia) y la capital panameña, ciudad de Panamá, bastante caro.
Las barcas de alquiler que se arriesgan a ser asaltadas por los filibusteros que todavía se ocultan, en gran número, en la jungla, también tendrían los días contados. Aunque los más agoreros vaticinan que los asaltantes podrían trasladarse al nuevo tramo de carretera. Pero parece más fácil custodiar 34 kilómetros de vía que una ciénaga inexpugnable.
Para los ecologistas de la zona, la inquietud es que conectar por fin el último tramo de la Panamericana tenga efectos nocivos sobre los ricos ecosistemas del Darién. Para animales no acostumbrados a las barreras artificiales, como tapires y jaguares, podrían resultar letal, sobre todo porque auguran un alto índice de atropellos por parte de los camiones que transiten por allí.
Si el proyecto se lleva a cabo, Colombia y Panamá (cuyo gobierno se ha mostrado muy poco favorable a alterar su tesoro ecológico) deberán ponerse de acuerdo en instalar pasos fronterizos que ahora brillan por su ausencia. Ello representa más inversión, y desplazar funcionarios y policías a un destino que no es precisamente el soñado por la mayoría de trabajadores públicos de ambos países.
Mientras el proyecto no se lleva a cabo, Darién continúa siendo el territorio más indómito de América, el que obliga a que un viajero, que quiere atravesar el continente por tierra, tenga que descabalgar de su medio de transporte y optar por navegar o volar para cubrir esa franja selvática.