La ciudad de Panamá y la modernidad líquida
Fuente: La Estrella de Panamá
El análisis de la cuestión urbana, usualmente parte del estudio de la construcción y evolución física de las ciudades. No obstante, el análisis sobre el porqué de las características de una urbe no puede limitarse a estos elementos de datos tangibles, y necesita, por obligación, incluir los rasgos que conforman la identidad de una sociedad, como conjunto humano que ocupa un territorio.
En el caso de ciudad de Panamá, la experiencia diaria de habitar en ella y la historia de su desarrollo y evolución deja entrever una situación de caos y vacío de poder. Conocida es la historia de la resistencia de las élites locales a la racionalidad que impone la modernidad. Esta resistencia se hace notoria en el rechazo acérrimo a la implantación de normas que regulen la explotación del suelo urbano y los continuos fallos en la puesta en ejecución de planes reguladores o de ordenamiento territorial.
Hay que recordar que el ejercicio que hoy conocemos como planificación urbana nace con Idelfonso Cerdá, el gran planificador de Barcelona, modelo ideal de urbe moderna del siglo XIX. Cerdá en su libro, Teoría general de la urbanización (1867) plantea una base construida sobre el racionamiento científico, a partir de la cual realizar la planificación y construcción de las ciudades.
En 1859, Cerdá señalaba “la necesidad de una reforma radical en la disposición y sistema de construcción de nuestras ciudades”.
El problema –según Cerdá– “no solo está muy distante de su resolución, sino que ni siquiera se halla debidamente planteado. Cuando se ha tratado de un proyecto de fundación, reforma o ensanche de una ciudad, se ha librado todo al empirismo, creyendo que consistía todo en coger un plano más o menos exacto de la localidad, trazar sobre él un sistema de líneas que siendo más o menos seductor a la vista de los profanos, haya halagado los intereses privados de las personas que directa o indirectamente podían influir en su aprobación”.
Con base en este dilema Cerdá se propone, ya no solo la elaboración de su plan para ‘el ensanche’ de Barcelona, sino la construcción de una teoría científica sobre la cual superar las limitadas percepciones individuales sobre las que se construían las ciudades hasta ese momento. Para él, las ciudades debían dejar atrás los ejercicios planteados desde ‘el arte de construir ciudades’ y evolucionar hacia ‘la ciencia de la urbanización’.
Bajo estas premisas basadas en la ciencia y en la razón llega Karl Brunner, en 1940, para elaborar un plan regulador para la ciudad de Panamá. Brunner partía de dos premisas, primero, la necesidad de una política urbana, a través de la cual se debían resolver los aspectos técnicos, pero también los relacionados con buscar los equilibrios de poder entre los diversos actores relacionados con la construcción de la ciudad. En segundo lugar, la importancia de articular lo viejo con lo nuevo, con lo cual se buscaba dar cierta continuidad histórica al crecimiento urbano.
El caso de la desaparición del plan Brunner (1941) es el primero pero no el único ejemplo de la resistencia a la implementación de normas que regularan la explotación del suelo en ciudad de Panamá. Tal ha sido el caso de documentos como el plan metropolitano y el plan de la región interoceánica, elaborados en la década de 1990 y que no fueron puestos en práctica. Los instrumentos de tipo urbanístico en Panamá han estado limitados a la implementación de normas mínimas, los cuales han consistido, por casi 80 años, en el plano de zonificación, el cual realmente no regula, sino que refleja las situaciones que de facto se dan en la ciudad, y el reglamento de urbanizaciones
Esta condición de normas mínimas, en conjunto con otras herramientas financieras y de inversión estatal, han permitido mantener la reproducción del modelo de negocios basado en la provisión de vivienda para la clase obrera, modelo que se vería exacerbado durante la construcción del canal estadounidense, a partir de 1904.
Este modelo se ha perpetuado hasta nuestros días a través de la creación de un mercado de la vivienda social y de interés preferencial. La base de este modelo estaría en generar vivienda en condiciones mínimas de habitabilidad, en tierra con el costo más bajo posible, ignorando en gran medida las previsiones sobre la necesidad de espacios públicos y acceso a servicios.
Para los propietarios se convirtió en un elemento central el evitar a toda costa que las fincas fuesen subdivididas de forma que restaran suelo explotable, y con esto eliminaron la posibilidad de generar espacio público, al tiempo que atascaron la movilidad entre las diferentes propiedades en que estaba dividido el espacio urbano. Todo esto fue posible gracias a que nunca existió un plan regulador que definiera la vialidad principal de la ciudad y que permitiera su continuidad, esa continuidad entre lo histórico y lo nuevo que buscaba Brunner como parte de sus premisas.
La llegada del siglo XXI nos encuentra con la sociedad líquida, una sociedad posmoderna donde lo sólido, lo firme, desaparece y cede su espacio a lo líquido. Este nuevo paradigma social, descrito por sociólogos como Saskia Sassen o Zygmunt Bauman como un fenómeno que aparece a partir de la década de 1970, en el que las sociedades occidentales sufren el desmantelamiento del Estado, nos aqueja a los panameños desde épocas muy tempranas en el desarrollo de la ciudad. En Panamá, ese aparato sólido y robusto que había regulado las relaciones sociales desde la posguerra en las sociedades occidentales del primer mundo, parece no haber existido.
Esta sociedad líquida posmoderna que aqueja las sociedades del primer mundo porque desprotege al ciudadano y a lo público, encuentra en un país como Panamá un territorio fértil. Una sociedad extremadamente individualista y desmovilizada, con una constitución que no consagra el derecho a la vivienda, que tampoco contiene previsiones sobre la necesidad de regular el desarrollo urbano y la propiedad, en donde la autonomía de los municipios apenas ha sido puesta en práctica y la institucionalidad necesaria para planificar la ciudad no se ha desarrollado.
Entender una ciudad es, en gran medida, estudiar a quienes tienen el poder de establecer las normas sobre las cuales se construye. Con estructuras de gobierno que, a nivel global, aparecen cada vez más debilitadas, la planificación urbana se convierte en un ejercicio a realizar en contracorriente con este nuevo modelo de capitalismo líquido y sin responsabilidades. Cabe cuestionarnos en este contexto, si pensar en planificar la ciudad es una visión utópica, vana e irrealizable o si, por el contrario, tendremos realmente la voluntad de dar un primer paso hacia la auténtica modernidad.